ajeno e incoherente
Cuando el colado usa Transmilenio sin pagar, cuando el político malversa el dinero público y cuando el zonzo transeúnte incumple la cuarentena -por gusto y sin necesidad-, también se hacen daño a sí mismos. Una de las principales causas, transversales a la mayoría, si no a todas las problemáticas, es la dificultad para internalizar el hecho de que dañar a la sociedad es dañarnos a nosotros mismos, porque, a fin de cuentas, siempre somos parte de la sociedad. Y es apenas normal, no podemos esperar a que el ciudadano, que se queja del narcotráfico y las mafias, comprenda inmediatamente que cuando decide consumir alucinógenos en una fiesta, está financiando la muerte y el negocio de sus compatriotas. Tampoco es cuestión de volverse moralista, en una sociedad como la nuestra, todos somos parte y a veces causa de los problemas que con vehemencia criticamos. Unos más que otros, de eso no hay duda. Al consumidor recreativo jamás se le podrá reprochar lo mismo que al narcotraficante, ni al colado lo mismo que al político corrupto.
Ahora bien, un tema más importante y por tanto más complejo es tratar de elucidar a qué se debe esta falta de internalización. Tal vez, simplificando y dando respuestas un poco genéricas, mencionaré tres aspectos importantes. En primer lugar, no hay consecuencias efectivas para estos comportamientos socialmente costosos, es decir que aquellas van desde el funcionamiento de un cándido sistema jurídico colombiano -al que de pronto se le podría reprochar que legisla cerrándole los ojos a la realidad- hasta la total ausencia de la desaprobación social, pues en Colombia el vivo no vive del bobo, el abusivo vive del atobo. En segundo lugar, hay una excesiva individualización. Si bien podría sonar redundante, hay que diferenciar que la individualización a la que aquí se refiere es a la falta de confianza, de cooperación y a la irracional tendencia de preferir sistemáticamente competir en vez de cooperar. Por último, a nuestra sociedad le falta esperanza. Un pensamiento común y nocivo, asegura que si no lo hago yo, lo hace alguien más. En pocas palabras, la gran mayoría de las acciones son racionales para el individuo e irracionales para la sociedad.
Ahora bien, ¿esto es una problemática generalizada? Sí, sí y siete veces sí. Todos nosotros somos parte del problema, incluso esta falta de internalización nos puede llevar a incoherencias tan burdas como cotidianas. Por ejemplo:
Carlos y Ana, casados por más de veinte años, decidieron dos cosas; primero, no volver a Estados Unidos porque fueron tratados como narcotraficantes por el simple hecho de ser colombianos: “una gente definitivamente xenofóbica”, escudriñó Carlos. Segundo, instalar un nuevo sistema de seguridad, pues, explica Carlos, “hay mucho ladrón suelto con tantos venecos que llegaron”. Mientras tanto, en el piso de abajo, su hijo, Diego, tenía un acalorado debate en twitter con “un machista de primera”. A Diego le parecía inconcebible que alguien pudiera decir que las madres, por ser madres, no debían trabajar y sí tenían que dedicarse al cuidado del hogar. El debate estuvo tan candente y lleno de ideales, que no tuvo tiempo para hacer su cama y lavar la loza de la cena. Con paciencia y resignación, su madre se encargará de hacerlo. A dos cuadras de donde todo esto sucedía, estaba Laura, hermana de Diego, estudiante de derecho de último semestre. En casa de Sofía, su mejor amiga, corriendo contra reloj, intentaban enviar el trabajo final de su clase ‘Corrupción, ética y moral del siglo XXI’. El tiempo iba ganando la carrera, por lo que tuvo que parafrasear muchas de las ideas del trabajo de Sofía.
La solución no es, por supuesto, ser abiertamente perniciosos. Debemos entender que somos parte de la sociedad, sentirla más nuestra y encaminar nuestras acciones al beneficio de ella, que finalmente será el nuestro. Igualmente, creo que debemos luchar consistentemente contra nuestras incoherencias, resignándonos, sin embargo, a que siempre existirán. Esta lucha en ambos frentes debe darse desde la educación de ciudadanos, que nunca será reemplazada por un madrazo y un juzgamiento en alguna red social, y la introspección sobre nuestro aporte a la sociedad. Los cambios toman años, décadas e incluso generaciones. Nuestro compromiso como sociedad va más allá de nuestros tiempos.
Juan Manuel Navarro Romero
Estudiante de Economía y Derecho
Ahora bien, un tema más importante y por tanto más complejo es tratar de elucidar a qué se debe esta falta de internalización. Tal vez, simplificando y dando respuestas un poco genéricas, mencionaré tres aspectos importantes. En primer lugar, no hay consecuencias efectivas para estos comportamientos socialmente costosos, es decir que aquellas van desde el funcionamiento de un cándido sistema jurídico colombiano -al que de pronto se le podría reprochar que legisla cerrándole los ojos a la realidad- hasta la total ausencia de la desaprobación social, pues en Colombia el vivo no vive del bobo, el abusivo vive del atobo. En segundo lugar, hay una excesiva individualización. Si bien podría sonar redundante, hay que diferenciar que la individualización a la que aquí se refiere es a la falta de confianza, de cooperación y a la irracional tendencia de preferir sistemáticamente competir en vez de cooperar. Por último, a nuestra sociedad le falta esperanza. Un pensamiento común y nocivo, asegura que si no lo hago yo, lo hace alguien más. En pocas palabras, la gran mayoría de las acciones son racionales para el individuo e irracionales para la sociedad.
Ahora bien, ¿esto es una problemática generalizada? Sí, sí y siete veces sí. Todos nosotros somos parte del problema, incluso esta falta de internalización nos puede llevar a incoherencias tan burdas como cotidianas. Por ejemplo:
Carlos y Ana, casados por más de veinte años, decidieron dos cosas; primero, no volver a Estados Unidos porque fueron tratados como narcotraficantes por el simple hecho de ser colombianos: “una gente definitivamente xenofóbica”, escudriñó Carlos. Segundo, instalar un nuevo sistema de seguridad, pues, explica Carlos, “hay mucho ladrón suelto con tantos venecos que llegaron”. Mientras tanto, en el piso de abajo, su hijo, Diego, tenía un acalorado debate en twitter con “un machista de primera”. A Diego le parecía inconcebible que alguien pudiera decir que las madres, por ser madres, no debían trabajar y sí tenían que dedicarse al cuidado del hogar. El debate estuvo tan candente y lleno de ideales, que no tuvo tiempo para hacer su cama y lavar la loza de la cena. Con paciencia y resignación, su madre se encargará de hacerlo. A dos cuadras de donde todo esto sucedía, estaba Laura, hermana de Diego, estudiante de derecho de último semestre. En casa de Sofía, su mejor amiga, corriendo contra reloj, intentaban enviar el trabajo final de su clase ‘Corrupción, ética y moral del siglo XXI’. El tiempo iba ganando la carrera, por lo que tuvo que parafrasear muchas de las ideas del trabajo de Sofía.
La solución no es, por supuesto, ser abiertamente perniciosos. Debemos entender que somos parte de la sociedad, sentirla más nuestra y encaminar nuestras acciones al beneficio de ella, que finalmente será el nuestro. Igualmente, creo que debemos luchar consistentemente contra nuestras incoherencias, resignándonos, sin embargo, a que siempre existirán. Esta lucha en ambos frentes debe darse desde la educación de ciudadanos, que nunca será reemplazada por un madrazo y un juzgamiento en alguna red social, y la introspección sobre nuestro aporte a la sociedad. Los cambios toman años, décadas e incluso generaciones. Nuestro compromiso como sociedad va más allá de nuestros tiempos.
Juan Manuel Navarro Romero
Estudiante de Economía y Derecho