comunicación en los tiempos del coronavirus
El poder político se gana, se utiliza y se conserva. Esa santísima trinidad, por más maquiavélica que suene, es una realidad innegable para entender la escena política. Para ejercer el poder, hay que ganar una elección, una vez formalizado ese poder, si se quiere plasmar una visión, es necesario conocer el arte de gobernar y, si se planea darle continuidad al legado, se debe buscar preservar ese producto ya sea mediante la continuidad en un segundo período o siendo presente en carne ajena (¿suena familiar, cierto?). Aunque estamos apenas a mitad de periodo del actual presidente y nuestros líderes se bandean, en medio de esta anómala situación, tratando de sacar adelante sus banderas para dejar algún legado en el manejo de pandemia, ya tenemos candidatos para una presidencial.
Una de las claves en estás tres fases del poder político es la comunicación. De nada sirven las buenas intenciones ni los diplomas si no se logra comunicar a la opinión pública los logros. Si no se tiene una voz y unas banderas claras, la muerte política será una agonía lenta. Si bien nuestros líderes gastan astronómicas cifras en publicidad, está pandemia es una buena oportunidad para ver cómo algunos viven pegándose tiros en los pies, haciendo más tortuosa su tarea administrativa, tensando el ambiente en la ciudadanía y dificultando más el manejo de esta situación sin precedentes.
Comencemos por el Presidente Duque: el mensaje claro que manejó durante la campaña, no logró transitar de la mejor manera a la presidencia. Tan paupérrima es su capacidad de comunicar, que los que le hacen oposición, en vez de derrumbarlo con argumentos, prefirieron quedarse con la caricatura del cerdito, los toques de balón y la guitarra, volviendo el debate político una tomadera de pelo. Para empeorar, acudió a Hassan Nassar como asesor de comunicación, un uribista acérrimo, cuando, en realidad, tenía que haber intentado lograr conectar con el resto del espectro político. Nos da la sensación de buenas intenciones, de bacán, pero no del verdadero líder de unidad que aseguró ser. El COVID-19 se convirtió en su salvavidas. Es posible que esta situación se convierta en su bandera. Hoy por hoy, aunque ha sido acertado en algunas decisiones, nadie parece reconocérselas y su popularidad sigue a la baja. Por ejemplo, estuvo a punto de ser linchado porque se creyó que desautorizaba a los poderes locales con el toque de queda, además, su decreto creando el Fondo destinado a paliar los efectos de la pandemia, por mala redacción y falta de algún ministro que lo defendiera frente a las cámaras, le costó otro dolor de cabeza con los entes territoriales descentralizados, dejando en la ciudadanía una sensación de choque de trenes, descoordinación y revanchismo.
A la primera mujer en ocupar el Palacio de Liévano la acompaña una imagen clara: mujer hecha a pulso, pragmática y sin miedo para jalar las orejas a otros en vivo. Sin embargo, no se salva de salidas en falso: “Yo no me hago la prueba del COVID, que la utilice quién la necesite” o, peor aún, la promesa de la “exención en el pago para servicios para todos los estratos”. Aquellas declaraciones fueron munición para detractores que se precipitan por atacar la gran gestión de López ante este virus. En un afán de cementar esa figura de moderada, humilde y primera en tomar acción, cae en el populismo: dice lo que sea con tal de figurar.
Queda la reflexión sobre cómo se comunican nuestros líderes. Pese a tener ya medidas consolidadas que van a evitar una catástrofe como Italia o España, la ciudadanía percibe que seguimos en la riña de las elecciones. Puede generar pánico la idea que no hay coordinación entre gobierno central y poderes locales: a quién le hago caso, ¿a la alcaldesa o al presidente? En tiempos de fake news, de Twitter y de 24 horas de noticias, nadie se puede dar el lujo de comunicar mal. El caso de Peñalosa resulta revelador sobre lo que no se tiene que hacer en comunicación política: “impopulares, pero eficientes” quedará grabado en mármol.
Esteban Salazar Pardo
Estudiante de Ciencia Política y Derecho
Una de las claves en estás tres fases del poder político es la comunicación. De nada sirven las buenas intenciones ni los diplomas si no se logra comunicar a la opinión pública los logros. Si no se tiene una voz y unas banderas claras, la muerte política será una agonía lenta. Si bien nuestros líderes gastan astronómicas cifras en publicidad, está pandemia es una buena oportunidad para ver cómo algunos viven pegándose tiros en los pies, haciendo más tortuosa su tarea administrativa, tensando el ambiente en la ciudadanía y dificultando más el manejo de esta situación sin precedentes.
Comencemos por el Presidente Duque: el mensaje claro que manejó durante la campaña, no logró transitar de la mejor manera a la presidencia. Tan paupérrima es su capacidad de comunicar, que los que le hacen oposición, en vez de derrumbarlo con argumentos, prefirieron quedarse con la caricatura del cerdito, los toques de balón y la guitarra, volviendo el debate político una tomadera de pelo. Para empeorar, acudió a Hassan Nassar como asesor de comunicación, un uribista acérrimo, cuando, en realidad, tenía que haber intentado lograr conectar con el resto del espectro político. Nos da la sensación de buenas intenciones, de bacán, pero no del verdadero líder de unidad que aseguró ser. El COVID-19 se convirtió en su salvavidas. Es posible que esta situación se convierta en su bandera. Hoy por hoy, aunque ha sido acertado en algunas decisiones, nadie parece reconocérselas y su popularidad sigue a la baja. Por ejemplo, estuvo a punto de ser linchado porque se creyó que desautorizaba a los poderes locales con el toque de queda, además, su decreto creando el Fondo destinado a paliar los efectos de la pandemia, por mala redacción y falta de algún ministro que lo defendiera frente a las cámaras, le costó otro dolor de cabeza con los entes territoriales descentralizados, dejando en la ciudadanía una sensación de choque de trenes, descoordinación y revanchismo.
A la primera mujer en ocupar el Palacio de Liévano la acompaña una imagen clara: mujer hecha a pulso, pragmática y sin miedo para jalar las orejas a otros en vivo. Sin embargo, no se salva de salidas en falso: “Yo no me hago la prueba del COVID, que la utilice quién la necesite” o, peor aún, la promesa de la “exención en el pago para servicios para todos los estratos”. Aquellas declaraciones fueron munición para detractores que se precipitan por atacar la gran gestión de López ante este virus. En un afán de cementar esa figura de moderada, humilde y primera en tomar acción, cae en el populismo: dice lo que sea con tal de figurar.
Queda la reflexión sobre cómo se comunican nuestros líderes. Pese a tener ya medidas consolidadas que van a evitar una catástrofe como Italia o España, la ciudadanía percibe que seguimos en la riña de las elecciones. Puede generar pánico la idea que no hay coordinación entre gobierno central y poderes locales: a quién le hago caso, ¿a la alcaldesa o al presidente? En tiempos de fake news, de Twitter y de 24 horas de noticias, nadie se puede dar el lujo de comunicar mal. El caso de Peñalosa resulta revelador sobre lo que no se tiene que hacer en comunicación política: “impopulares, pero eficientes” quedará grabado en mármol.
Esteban Salazar Pardo
Estudiante de Ciencia Política y Derecho