Crisis y filosofía, cambio y pensamiento
Cuatro años de cualquier carrera nos hacen, casi inevitablemente, ver el mundo con unos ciertos lentes. Mis lentes son los de la filosofía, veo todo a través de ellos, incluido al coronavirus. O bueno, a la situación que ha provocado. Hasta ahora, mis mejores momentos como filósofa, los momentos en los que más he pensado, han sido los momentos de cambio o de crisis. Esos momentos nos obligan a repensar todo, a ver las cosas con ojos diferentes, a hacer un esfuerzo más grande de consciencia para hacer filosofía: crear pensamiento, generar nuevas ideas y nuevas formas.
En estos pocos días que llevo de cuarentena, creo que, como filosofa, me he visto obligada a volcarme hacia la práctica. La soledad, el aislamiento, y el tiempo libre han sido para muchos filósofos, la receta perfecta para hacer filosofía. Muchos se han recluido voluntariamente en fincas, en ciudades pequeñas o en cualquier lugar que les permitiera sentarse a pensar, no hacer nada más que pensar. Descartes es un ejemplo. Para escribir sus Meditaciones, se recluyó voluntariamente y, al lado de una estufa, empezó a cuestionar cada una de sus creencias hasta poder llegar a una certeza indudable. Aunque lastimosamente no tengo una excusa, en estos días también he estado intentando sentarme a dudar todas mis creencias sostenidas acerca del modo de vida que tengo y que tenemos. Para muchos, esta situación les ha obligado a hacerse preguntas acerca de aquello en lo que creen, aquello que aprecian. Algunos ya habrán llegado a una que otra certeza indudable. Las mías, mis certezas indudables son: somos seres sociales, para sobrevivir tenemos que cooperar; este sistema no aguanta más, tenemos que aprender a cuidarnos, a nosotros, a los demás.
Siguiendo la línea de autores que me han vuelto a la mente inevitablemente, hablaré un poco de Kant. Decía que una de mis certezas indudables ha sido la de la necesidad de cuidarnos. Pues bien, de acuerdo con esa necesidad, ha flotado por mi mente la idea del imperativo categórico. Este imperativo es, según Kant, la máxima ley moral. Esa ley nos dicta “actúa sólo según la máxima de tu acción que se pueda convertir en ley universal”. Esto, básicamente, significa que, para actuar moralmente, debemos actuar en aras de que todo el mundo sea susceptible de actuar de la misma manera que nosotros y, así, la sociedad se mantenga y se preserve un cierto bienestar. ¿Qué tiene que ver eso con el COVID? Todo. En situaciones como esta, la sociedad nos exige, en pro de la supervivencia, que pensemos antes de actuar, que actuemos racionalmente en un sentido kantiano. ¿Por qué? Porque pensar antes de tomar ciertas acciones y ponerlas bajo la prueba del imperativo categórico es lo único que nos puede salvar de hacerle daño a los demás y generar una catástrofe. Un ejemplo de una evaluación, bajo el imperativo categórico, sería pensar en lo que podría pasar si salimos a la calle sabiendo que tenemos tos. Claramente, esa acción no es universalizable.
Para terminar e irme a seguir mi cuarentena, les hablaré de un último autor: Hegel. Creo que, en momentos de contradicciones y cambios históricos, Hegel sigue muy vigente. De manera muy simplificada, para Hegel, la historia se mueve de manera dialéctica. Esto significa que, nos hallamos muchas veces en estados que creemos definitivos, absolutos, sin embargo, esos estados no son más que falsas conciencias que se revelan cuando surgen contradicciones, contradicciones que conviven con la falsa conciencia hasta llegar a una superación. Así se va desenvolviendo la historia. Creo que nos hallamos en un momento de contradicción: la falsa conciencia del absolutismo capitalista se nos revela insostenible cuando se presenta ante nosotros la evidencia de que dicho sistema no es viable bajo ciertas condiciones pues es un sistema poco flexible, que no sabe parar. ¿Cuál será la superación? No sé, ¡Atrevámonos a pensar!
Elena Bernal Rey - Estudiante de Filosofía
En estos pocos días que llevo de cuarentena, creo que, como filosofa, me he visto obligada a volcarme hacia la práctica. La soledad, el aislamiento, y el tiempo libre han sido para muchos filósofos, la receta perfecta para hacer filosofía. Muchos se han recluido voluntariamente en fincas, en ciudades pequeñas o en cualquier lugar que les permitiera sentarse a pensar, no hacer nada más que pensar. Descartes es un ejemplo. Para escribir sus Meditaciones, se recluyó voluntariamente y, al lado de una estufa, empezó a cuestionar cada una de sus creencias hasta poder llegar a una certeza indudable. Aunque lastimosamente no tengo una excusa, en estos días también he estado intentando sentarme a dudar todas mis creencias sostenidas acerca del modo de vida que tengo y que tenemos. Para muchos, esta situación les ha obligado a hacerse preguntas acerca de aquello en lo que creen, aquello que aprecian. Algunos ya habrán llegado a una que otra certeza indudable. Las mías, mis certezas indudables son: somos seres sociales, para sobrevivir tenemos que cooperar; este sistema no aguanta más, tenemos que aprender a cuidarnos, a nosotros, a los demás.
Siguiendo la línea de autores que me han vuelto a la mente inevitablemente, hablaré un poco de Kant. Decía que una de mis certezas indudables ha sido la de la necesidad de cuidarnos. Pues bien, de acuerdo con esa necesidad, ha flotado por mi mente la idea del imperativo categórico. Este imperativo es, según Kant, la máxima ley moral. Esa ley nos dicta “actúa sólo según la máxima de tu acción que se pueda convertir en ley universal”. Esto, básicamente, significa que, para actuar moralmente, debemos actuar en aras de que todo el mundo sea susceptible de actuar de la misma manera que nosotros y, así, la sociedad se mantenga y se preserve un cierto bienestar. ¿Qué tiene que ver eso con el COVID? Todo. En situaciones como esta, la sociedad nos exige, en pro de la supervivencia, que pensemos antes de actuar, que actuemos racionalmente en un sentido kantiano. ¿Por qué? Porque pensar antes de tomar ciertas acciones y ponerlas bajo la prueba del imperativo categórico es lo único que nos puede salvar de hacerle daño a los demás y generar una catástrofe. Un ejemplo de una evaluación, bajo el imperativo categórico, sería pensar en lo que podría pasar si salimos a la calle sabiendo que tenemos tos. Claramente, esa acción no es universalizable.
Para terminar e irme a seguir mi cuarentena, les hablaré de un último autor: Hegel. Creo que, en momentos de contradicciones y cambios históricos, Hegel sigue muy vigente. De manera muy simplificada, para Hegel, la historia se mueve de manera dialéctica. Esto significa que, nos hallamos muchas veces en estados que creemos definitivos, absolutos, sin embargo, esos estados no son más que falsas conciencias que se revelan cuando surgen contradicciones, contradicciones que conviven con la falsa conciencia hasta llegar a una superación. Así se va desenvolviendo la historia. Creo que nos hallamos en un momento de contradicción: la falsa conciencia del absolutismo capitalista se nos revela insostenible cuando se presenta ante nosotros la evidencia de que dicho sistema no es viable bajo ciertas condiciones pues es un sistema poco flexible, que no sabe parar. ¿Cuál será la superación? No sé, ¡Atrevámonos a pensar!
Elena Bernal Rey - Estudiante de Filosofía