denuedo
Las complejidades y sencilleces de la vida se pueden ver reflejadas en la cotidianidad y en la rutina escogida o deliberadamente impuesta al individuo. En todo caso, al andar nos movemos como un conjunto que produce y crea para los demás, muchas veces en beneficio propio, pero siempre aportando directa o indirectamente a la comunidad en su totalidad. Se detiene el tiempo y la rutina se acaba, obligándonos a replantear nuestros modelos de producción y los comportamientos asociados a estos; obligándonos a funcionar dentro del hogar como nunca lo hemos hecho, a valorar la rutina pasada, ya supurando entre el sudor de la incertidumbre y la angustia que surge de la cuarentena.
Nosotros paramos, los que tenemos los medios para parar. Luego, está la mayoría, a los que no vemos o no queremos ver. Irónico resulta estar en una situación donde muchos de nosotros estudiamos con la idea de mejorar las condiciones de vida de las personas de nuestro país, de poblaciones vulnerables, de buscar medios para tener una sociedad más igualitaria y con capacidad de perdonar. Irónico resulta el hecho de que, los que tenemos el beneficio de parar, y paramos, seguimos estudiando con la misma convicción que teníamos, pero con menos herramientas. Esta ironía radica en lo separados que estamos de las realidades que conocemos como injustas y que no padecemos, pero que tenemos una obligación, delegada por nosotros mismos, por nuestros ideales, de cambiar. El denuedo con sus diferentes tamaños y matices es lo que caracteriza al individuo de hoy, nos arroja a seguir andando y produciendo. El denuedo, sin embargo, está más presente entre quienes tienen la necesidad de seguir, de quienes no están cobijados por las justicias del que posee; una fuerza interna que por mayor empatía que sintamos, no la vivimos y muchos no la entenderemos.
Delegación y críticas. Nos educamos para tener una opinión fundamentada, para escribir este artículo de mierda que se quedará en palabras. Caemos en la redundancia de preguntarnos ¿qué más hay por hacer? Porque la frustración perdura y queda plasmada en la rutina. Las dificultades de pensar que estoy colaborando por quedarme en mi casa en un encierro de cuatro paredes que, además de suscitar ansiedad y angustia, me recuerda constantemente el privilegio en el que vivo, que para frustración egocéntrica e individual no es tan grande como para que la ayuda sea de mano propia. Es muy sencillo sentarse y esperar a que el gobierno central y los gobiernos locales tomen las medidas pertinentes que, en lo personal, considero que aquí van más allá de las inclinaciones políticas de cada quién; o así debía ser. Es muy sencillo esperar y exigir políticas humanas y empáticas por las necesidades de los demás, mientras vivimos el encierro y sus virtudes como nuestra nueva cotidianidad. Carecemos nosotros mismos de la capacidad de entender la historia sin tintes políticos, de traslapar nuestras críticas y opiniones, de movilizarnos por aquello que defendemos con la idea de entender esta situación por lo que es: deshumanizante. Resulta fácil sentarse y esperar cuando podemos. Lo que saca a flor de piel esta pandemia es una realidad preexistente y prolongada: la desigualdad y el individualismo; la pobreza y el desamparo en un país que en este momento vive del trabajo denodado de los gobiernos, asistiendo a la crisis de siempre, a la crisis de hoy y a la crisis que nos espera.
María José Arbeláez
Estudiante de Gobierno y asuntos públicos
Nosotros paramos, los que tenemos los medios para parar. Luego, está la mayoría, a los que no vemos o no queremos ver. Irónico resulta estar en una situación donde muchos de nosotros estudiamos con la idea de mejorar las condiciones de vida de las personas de nuestro país, de poblaciones vulnerables, de buscar medios para tener una sociedad más igualitaria y con capacidad de perdonar. Irónico resulta el hecho de que, los que tenemos el beneficio de parar, y paramos, seguimos estudiando con la misma convicción que teníamos, pero con menos herramientas. Esta ironía radica en lo separados que estamos de las realidades que conocemos como injustas y que no padecemos, pero que tenemos una obligación, delegada por nosotros mismos, por nuestros ideales, de cambiar. El denuedo con sus diferentes tamaños y matices es lo que caracteriza al individuo de hoy, nos arroja a seguir andando y produciendo. El denuedo, sin embargo, está más presente entre quienes tienen la necesidad de seguir, de quienes no están cobijados por las justicias del que posee; una fuerza interna que por mayor empatía que sintamos, no la vivimos y muchos no la entenderemos.
Delegación y críticas. Nos educamos para tener una opinión fundamentada, para escribir este artículo de mierda que se quedará en palabras. Caemos en la redundancia de preguntarnos ¿qué más hay por hacer? Porque la frustración perdura y queda plasmada en la rutina. Las dificultades de pensar que estoy colaborando por quedarme en mi casa en un encierro de cuatro paredes que, además de suscitar ansiedad y angustia, me recuerda constantemente el privilegio en el que vivo, que para frustración egocéntrica e individual no es tan grande como para que la ayuda sea de mano propia. Es muy sencillo sentarse y esperar a que el gobierno central y los gobiernos locales tomen las medidas pertinentes que, en lo personal, considero que aquí van más allá de las inclinaciones políticas de cada quién; o así debía ser. Es muy sencillo esperar y exigir políticas humanas y empáticas por las necesidades de los demás, mientras vivimos el encierro y sus virtudes como nuestra nueva cotidianidad. Carecemos nosotros mismos de la capacidad de entender la historia sin tintes políticos, de traslapar nuestras críticas y opiniones, de movilizarnos por aquello que defendemos con la idea de entender esta situación por lo que es: deshumanizante. Resulta fácil sentarse y esperar cuando podemos. Lo que saca a flor de piel esta pandemia es una realidad preexistente y prolongada: la desigualdad y el individualismo; la pobreza y el desamparo en un país que en este momento vive del trabajo denodado de los gobiernos, asistiendo a la crisis de siempre, a la crisis de hoy y a la crisis que nos espera.
María José Arbeláez
Estudiante de Gobierno y asuntos públicos