el caballo de troya del uribismo
La noticia de la medida de aseguramiento del ex Presidente Álvaro Uribe, y su abogado Diego Cadena, ha sacudido profundamente nuestro país. Por las características de nuestra justicia, y las del expediente contra Uribe y Cadena, el proceso puede tomar varios años y, seguramente, será junto con el manejo de la pandemia, uno de los ejes de la campaña presidencial de 2022. Las reacciones han sido variadas. En algunos, el resentimiento que crece en un país tan enfrentado y sectario, como lo es Colombia, alimenta el vitoreo y parranda por la pérdida de la libertad de un hombre; en otros, fomenta odio y promesa de venganza por la captura del que ven como redentor. Queda para la introspección y el debate el porqué de estas reacciones pasionales en nosotros. Sin embargo, dentro de este panorama, la reacción más alarmante es aquella que propone una Asamblea Nacional Constituyente para reformar la justicia en el país.
Al igual que los griegos que, escondidos en un gran artilugio de madera, disfrazado de ofrenda de paz, lograron despistar y acabar con los troyanos, el uribismo ha intentado, en numerosas ocasiones, con una narrativa fantasiosa de disfraz, introducir por la puerta de adelante el que sería un golpe mortal para la democracia colombiana: una Constitución a su medida. No es la primera vez que, ante un infortunio judicial, el Centro Democrático ha propuesto al público reescribir las reglas del juego: en el 2012, como reacción a la “traición” del Santismo, buscaron un congreso unicameral; en el 2015, como una manera de los Acuerdos de paz con las FARC vía constituyente. Nuestra Constitución no debe ser eterna, no es perfecta. Los tiempos cambian, las sociedades evolucionan, los códigos morales y valores se transforman. Sin duda hay instituciones (Fiscalía, Procuraduría y Consejo Nacional Electoral, por nombrar algunas) que deben cambiar para lograr el cometido que esperaban de ellos los colombianos y sus constituyentes. Pero un cambio de Carta, por un revés político de un sector en específico, sería el suicidio de nuestra sociedad. Las Constituciones son un gran pacto, un proyecto mancomunado de una multitud de proyectos de vida, aspiraciones, visiones de país, que se pone de acuerdo en lo básico, en las reglas tácitas y explícitas del juego democrático. Si quieren disolver el pacto y reescribirlo, se requiere de todos los que lo firmaron en su momento originario.
Si la nueva Constitución, que sueña el uribismo para enderezar su maltrecho rumbo político, se da, no tendríamos un pacto que garantice la cohabitación ni la coexistencia y participación pacífica en libre concurrencia política de todos los grupos nacionales. Por el contrario, sería simplemente la voluntad de, desde el poder al que se llegó cumpliendo con las reglas establecidas y aceptadas por todos, cambiar estas últimas para no volver a salir de ahí, para no soltarlo jamás. Sería una carta revanchista, un proyecto para un solo sector, la clásica vendetta personal que tanto daño ha causado a nuestra nación desde hace siglos.
Me preocupa que se presenten, a hurtadillas, y fecundados por amenazantes sorpresas, Caballos de Troya que buscan cambiarnos las reglas del juego. Si no les gustan y no se sienten representados por los valores y reglas de la carta actual, que sean abiertos en su voluntad de reemplazarla y nos digan qué arquitectura institucional proponen: ¿laicidad o confesional? ¿Centralismo puro y duro, descentralización o federalismo? ¿División clásica de poderes o una amalgama? ¿Constante estado de sitio o pesos y contrapesos? Ese Caballo de Troya es hoy la más grande amenaza de la democracia colombiana. ¿Lo dejaremos entrar?
Esteban Salazar
Estudiante de Ciencia Política
Al igual que los griegos que, escondidos en un gran artilugio de madera, disfrazado de ofrenda de paz, lograron despistar y acabar con los troyanos, el uribismo ha intentado, en numerosas ocasiones, con una narrativa fantasiosa de disfraz, introducir por la puerta de adelante el que sería un golpe mortal para la democracia colombiana: una Constitución a su medida. No es la primera vez que, ante un infortunio judicial, el Centro Democrático ha propuesto al público reescribir las reglas del juego: en el 2012, como reacción a la “traición” del Santismo, buscaron un congreso unicameral; en el 2015, como una manera de los Acuerdos de paz con las FARC vía constituyente. Nuestra Constitución no debe ser eterna, no es perfecta. Los tiempos cambian, las sociedades evolucionan, los códigos morales y valores se transforman. Sin duda hay instituciones (Fiscalía, Procuraduría y Consejo Nacional Electoral, por nombrar algunas) que deben cambiar para lograr el cometido que esperaban de ellos los colombianos y sus constituyentes. Pero un cambio de Carta, por un revés político de un sector en específico, sería el suicidio de nuestra sociedad. Las Constituciones son un gran pacto, un proyecto mancomunado de una multitud de proyectos de vida, aspiraciones, visiones de país, que se pone de acuerdo en lo básico, en las reglas tácitas y explícitas del juego democrático. Si quieren disolver el pacto y reescribirlo, se requiere de todos los que lo firmaron en su momento originario.
Si la nueva Constitución, que sueña el uribismo para enderezar su maltrecho rumbo político, se da, no tendríamos un pacto que garantice la cohabitación ni la coexistencia y participación pacífica en libre concurrencia política de todos los grupos nacionales. Por el contrario, sería simplemente la voluntad de, desde el poder al que se llegó cumpliendo con las reglas establecidas y aceptadas por todos, cambiar estas últimas para no volver a salir de ahí, para no soltarlo jamás. Sería una carta revanchista, un proyecto para un solo sector, la clásica vendetta personal que tanto daño ha causado a nuestra nación desde hace siglos.
Me preocupa que se presenten, a hurtadillas, y fecundados por amenazantes sorpresas, Caballos de Troya que buscan cambiarnos las reglas del juego. Si no les gustan y no se sienten representados por los valores y reglas de la carta actual, que sean abiertos en su voluntad de reemplazarla y nos digan qué arquitectura institucional proponen: ¿laicidad o confesional? ¿Centralismo puro y duro, descentralización o federalismo? ¿División clásica de poderes o una amalgama? ¿Constante estado de sitio o pesos y contrapesos? Ese Caballo de Troya es hoy la más grande amenaza de la democracia colombiana. ¿Lo dejaremos entrar?
Esteban Salazar
Estudiante de Ciencia Política