en defensa a la tibieza
El adjetivo “tibio” se ha vuelto un lugar común en muchas discusiones políticas. Muchas veces se abusa del término y se usa de manera despectiva. Sirve para denunciar la falta de radicalidad, el peligroso apolitismo, el no tomar posición, el facilismo ideológico. Pero, ¿qué es realmente ser tibio? Me atrevo a proponer dos definiciones, de las cuales criticaré la primera y defenderé la segunda.
Por un lado, el uso más común de la palabra tibieza sirve para referirse a aquel o aquello que no es ni frío ni caliente, o en términos políticos, ni lo uno ni lo otro. La palabra también se refiere a la indiferencia o a la falta de fervorosidad. Así pues, tibio es aquel que no toma una posición definida, aquel que no se declara a favor de ningún bando o aquel que dice que no le importa, el indiferente. Todos los que se declaran apolíticos o desinteresados son entonces de cierta manera tibios en el segundo sentido, pues la indiferencia deriva de la ausencia de toma de posición y de bando.
Esta aparente tibieza es una de las actitudes políticas más peligrosas. Lo creo pues es muchas veces lo tibio y lo que no toma posición que termina apoyando al estatus quo. Al no tomar bando, se está apoyando al bando con más poder, se está permitiendo que las cosas sigan igual. Lo tibio frecuentemente impide el cambio pues el cambio se da políticamente, generando algún tipo de resistencia al estado de las cosas y el que no toma bando o se declara apolítico por lo general permite que todo siga como va, haciendo apología de ambos bandos y a la vez de ninguno. Existe también la tibieza que sirve como camuflaje para personas o ideas que sí son de un bando pero que prefieren disfrazarse y hacerse pasar por suaves o neutras como estrategia política. En ese caso, es bastante evidente por qué es peligrosa ese tipo de tibieza pues la sutilidad no le quita la fuerza.
Sin embargo, no toda la tibieza es igual. Y en mi opinión, no todo lo tibio es malo. El abuso de la palabra como adjetivo peyorativo ha invisibilizado los lados positivos de la tibieza y su potencial ético y político (y no es por ser tibia). Como estudiante de filosofía, he llegado a encontrar un tipo de tibieza muy distinto al que mencionaba anteriormente. Una especie de tibieza filosófica.
La filosofía como disciplina ha tenido siempre un carácter escéptico y crítico. Cuando se piensa en filosofía por lo general se asocia con una actividad del pensamiento que busca el conocimiento a través del planteamiento de problemas. Dichos problemas normalmente surgen de un cuestionamiento de las ideas preestablecidas y de una desconfianza de las cosas como las vemos directamente. La reflexión filosófica ahonda y complejiza cualquier idea que se le presente para poder entenderla mejor a través de una descomposición minuciosa. Un buen filósofo es entonces aquel que no traga entero, que analiza las ideas y que muchas veces desconfía incluso de sus propias creencias para no caer en el dogmatismo, que es lo contrario a la filosofía y al pensamiento crítico.
Esa actitud filosófica escéptica se relaciona con la tibieza en el sentido en el que no se aliña con ninguno de los bandos en particular. No obstante, lo que la diferencia de la simple tibieza es que es una posición informada y crítica que busca entender mejor las fortalezas y debilidades de cualquier idea, corriente o posición política. Así pues, adopta una actitud crítica e incrédula ante ambos bandos y logra evitar creencias ciegas en ideologías, pero no por eso es facilista ni indiferente. Propongo la tibieza filosófica como actitud política que permita evitar extremismo y la polarización desinformada sin caer en una indiferencia cómplice que mantiene el estatus quo. En un terreno en donde las ideas crean realidades, creo que una actitud escéptica puede evitar muchas injusticias.
Como actitud filosófica, como práctica ética y política, es necesario defender y ejercer una tibieza pensada, inteligente.
Elena Bernal Rey - Estudiante de Filosofía
Por un lado, el uso más común de la palabra tibieza sirve para referirse a aquel o aquello que no es ni frío ni caliente, o en términos políticos, ni lo uno ni lo otro. La palabra también se refiere a la indiferencia o a la falta de fervorosidad. Así pues, tibio es aquel que no toma una posición definida, aquel que no se declara a favor de ningún bando o aquel que dice que no le importa, el indiferente. Todos los que se declaran apolíticos o desinteresados son entonces de cierta manera tibios en el segundo sentido, pues la indiferencia deriva de la ausencia de toma de posición y de bando.
Esta aparente tibieza es una de las actitudes políticas más peligrosas. Lo creo pues es muchas veces lo tibio y lo que no toma posición que termina apoyando al estatus quo. Al no tomar bando, se está apoyando al bando con más poder, se está permitiendo que las cosas sigan igual. Lo tibio frecuentemente impide el cambio pues el cambio se da políticamente, generando algún tipo de resistencia al estado de las cosas y el que no toma bando o se declara apolítico por lo general permite que todo siga como va, haciendo apología de ambos bandos y a la vez de ninguno. Existe también la tibieza que sirve como camuflaje para personas o ideas que sí son de un bando pero que prefieren disfrazarse y hacerse pasar por suaves o neutras como estrategia política. En ese caso, es bastante evidente por qué es peligrosa ese tipo de tibieza pues la sutilidad no le quita la fuerza.
Sin embargo, no toda la tibieza es igual. Y en mi opinión, no todo lo tibio es malo. El abuso de la palabra como adjetivo peyorativo ha invisibilizado los lados positivos de la tibieza y su potencial ético y político (y no es por ser tibia). Como estudiante de filosofía, he llegado a encontrar un tipo de tibieza muy distinto al que mencionaba anteriormente. Una especie de tibieza filosófica.
La filosofía como disciplina ha tenido siempre un carácter escéptico y crítico. Cuando se piensa en filosofía por lo general se asocia con una actividad del pensamiento que busca el conocimiento a través del planteamiento de problemas. Dichos problemas normalmente surgen de un cuestionamiento de las ideas preestablecidas y de una desconfianza de las cosas como las vemos directamente. La reflexión filosófica ahonda y complejiza cualquier idea que se le presente para poder entenderla mejor a través de una descomposición minuciosa. Un buen filósofo es entonces aquel que no traga entero, que analiza las ideas y que muchas veces desconfía incluso de sus propias creencias para no caer en el dogmatismo, que es lo contrario a la filosofía y al pensamiento crítico.
Esa actitud filosófica escéptica se relaciona con la tibieza en el sentido en el que no se aliña con ninguno de los bandos en particular. No obstante, lo que la diferencia de la simple tibieza es que es una posición informada y crítica que busca entender mejor las fortalezas y debilidades de cualquier idea, corriente o posición política. Así pues, adopta una actitud crítica e incrédula ante ambos bandos y logra evitar creencias ciegas en ideologías, pero no por eso es facilista ni indiferente. Propongo la tibieza filosófica como actitud política que permita evitar extremismo y la polarización desinformada sin caer en una indiferencia cómplice que mantiene el estatus quo. En un terreno en donde las ideas crean realidades, creo que una actitud escéptica puede evitar muchas injusticias.
Como actitud filosófica, como práctica ética y política, es necesario defender y ejercer una tibieza pensada, inteligente.
Elena Bernal Rey - Estudiante de Filosofía