la importancia de la forma
Probablemente, una de las disociaciones más comunes que hacemos en el día a día, es la de forma y fondo. Tratamos a ambas como dos universos distintos, que nada tienen que ver uno con el otro. Esta disociación es usual y la vemos en muchos lugares: creemos que lo que decimos o hacemos está separado de cómo lo decimos o cómo lo hacemos. Esto es una falsa dicotomía, porque la forma en que decimos o hacemos algo es parte inescindible de lo que decimos o hacemos. Forma y fondo son, en realidad, uno solo. El Gobierno Nacional no ha entendido esto y, por el contrario, ha mostrado un enorme —y muy costoso— desdén por las formas. Un par de ejemplos, de esta semana, ilustran mi punto.
Tal vez esta elucubración sea más clara con un ejemplo. En los últimos días, se hizo noticia el hecho de que la Corte Constitucional “tumbó” un importante decreto del Gobierno en materia de subsidios de servicios públicos domiciliarios. Fue noticia no por el contenido del fallo, que aún no se conoce, sino por la insólita razón de la inexequibilidad: al decreto le faltaron dos firmas. Esto parece una minucia, pero no es así. La Constitución claramente establece que ese tipo de decretos deben estar firmados por todos los ministros, para que, de alguna forma, se contrarresten las enormes facultades discrecionales del presidente. No falta quienes culpan a la Corte por un claro error del presidente y de su equipo: ¿acaso cuántas personas no revisaron ese decreto? ¿No vieron los espacios en blanco? Tal vez no pudieron verlos por estar pendientes de la burda firma en Sharpie del presidente.
Pero en este Gobierno un solo “oso” a la semana no es suficiente. Tan solo el lunes, día de la Independencia, el presidente dio un largo discurso de instalación de las sesiones del Congreso. ¡El único problema es que en ese discurso olvidó instalar las sesiones del congreso! Tuvieron que llamarlo una vez concluido su discurso para poder sesionar. Tal vez, como dijo un profesor en Twitter, el presidente creyó que estaba en su Aló Presidente diario. En realidad, lo que me deja perplejo es la preparación de esa omisión. Iván Duque cuenta con un numeroso equipo que lo rodea. Alguien le tuvo que escribir el discurso, alguien más revisarlo y aprobarlo antes de pasarlo al teleprompter. El mismo Duque —confiando en su diligencia— debió leerlo antes de pronunciarlo. Lo cierto es que a ninguna de las personas que estuvo en el proceso le importó que, precisamente, en el proceso de instalación de las sesiones del Congreso, el presidente no instalara las sesiones del Congreso. ¡Insólito!
Formas y detalles como los anteriores parecen una frivolidad, y más aun en medio de una pandemia. Nada más lejos de la realidad. Formas como esas firmas o una declaración en un discurso hacen parte indispensable de nuestra arquitectura estatal. En un Estado de Derecho, como lo es Colombia, creamos esas reglas y esas formalidades para poder vivir en democracia. Las firmas, como ya lo mencioné, son un instrumento que garantiza que la decisión no solo está avalada por el presidente, sino por un conjunto pequeño de otras personas. La instalación es una muestra que hace el ejecutivo al legislativo, revistiéndolo de legitimidad y mostrando la colaboración armónica entre las ramas. No cuidar las formas es no cuidar el fondo: no salió el decreto, y por poco no empieza a sesionar el Congreso. En una democracia, esos errores de novato son tremendamente costosos, no solo para la ya paupérrima imagen de Duque, sino también para una sociedad que necesita líderes más competentes.
Sergio Hernández Ramos
Estudiante de Derecho y Economía
Tal vez esta elucubración sea más clara con un ejemplo. En los últimos días, se hizo noticia el hecho de que la Corte Constitucional “tumbó” un importante decreto del Gobierno en materia de subsidios de servicios públicos domiciliarios. Fue noticia no por el contenido del fallo, que aún no se conoce, sino por la insólita razón de la inexequibilidad: al decreto le faltaron dos firmas. Esto parece una minucia, pero no es así. La Constitución claramente establece que ese tipo de decretos deben estar firmados por todos los ministros, para que, de alguna forma, se contrarresten las enormes facultades discrecionales del presidente. No falta quienes culpan a la Corte por un claro error del presidente y de su equipo: ¿acaso cuántas personas no revisaron ese decreto? ¿No vieron los espacios en blanco? Tal vez no pudieron verlos por estar pendientes de la burda firma en Sharpie del presidente.
Pero en este Gobierno un solo “oso” a la semana no es suficiente. Tan solo el lunes, día de la Independencia, el presidente dio un largo discurso de instalación de las sesiones del Congreso. ¡El único problema es que en ese discurso olvidó instalar las sesiones del congreso! Tuvieron que llamarlo una vez concluido su discurso para poder sesionar. Tal vez, como dijo un profesor en Twitter, el presidente creyó que estaba en su Aló Presidente diario. En realidad, lo que me deja perplejo es la preparación de esa omisión. Iván Duque cuenta con un numeroso equipo que lo rodea. Alguien le tuvo que escribir el discurso, alguien más revisarlo y aprobarlo antes de pasarlo al teleprompter. El mismo Duque —confiando en su diligencia— debió leerlo antes de pronunciarlo. Lo cierto es que a ninguna de las personas que estuvo en el proceso le importó que, precisamente, en el proceso de instalación de las sesiones del Congreso, el presidente no instalara las sesiones del Congreso. ¡Insólito!
Formas y detalles como los anteriores parecen una frivolidad, y más aun en medio de una pandemia. Nada más lejos de la realidad. Formas como esas firmas o una declaración en un discurso hacen parte indispensable de nuestra arquitectura estatal. En un Estado de Derecho, como lo es Colombia, creamos esas reglas y esas formalidades para poder vivir en democracia. Las firmas, como ya lo mencioné, son un instrumento que garantiza que la decisión no solo está avalada por el presidente, sino por un conjunto pequeño de otras personas. La instalación es una muestra que hace el ejecutivo al legislativo, revistiéndolo de legitimidad y mostrando la colaboración armónica entre las ramas. No cuidar las formas es no cuidar el fondo: no salió el decreto, y por poco no empieza a sesionar el Congreso. En una democracia, esos errores de novato son tremendamente costosos, no solo para la ya paupérrima imagen de Duque, sino también para una sociedad que necesita líderes más competentes.
Sergio Hernández Ramos
Estudiante de Derecho y Economía