no es un trabajo por amor; es un trabajo y punto
Bajo el contexto de la pandemia por el Covid-19 la economía del cuidado ha estado en el centro de varios debates, hemos revisado nuevamente las dinámicas de la división sexual del trabajo, y recolectado datos que nos demuestran que las mujeres en Colombia gastan en promedio 4 horas más en labores no remuneradas que los hombres (DANE). Sin embargo, se ha dicho poco sobre las particularidades en las mujeres campesinas quienes sufren esta problemática, y se enfrentan a peores condiciones de pobreza respecto a las mujeres que habitan en las ciudades.
Para las mujeres, habitar en el campo implica estar excluidas de la vida social, económica y política, pues no sólo deben enfrentarse a las pésimas condiciones de la ruralidad en el país (baja tecnificación, conflicto armado, falta de vías, terreno, entre otros), sino que, deben destinar gran parte de su tiempo a labores no remuneradas. Según estudios del DANE las mujeres en zonas rurales dispersas gastan 7:52 horas en trabajos de cuidado mientras que los hombres tan sólo 3:06. No siendo suficiente, miles de mujeres simultáneamente se dedican a las actividades agropecuarias, sin embargo, no son consideradas como población económicamente activa (PEA), porque esa labor supone una extensión en su rol de cuidadora.
Además, en los casos en que las mujeres son las jefas del hogar, suele ser en unidades agrícolas pequeñas dedicadas a la subsistencia, es decir, sin posibilidad de generar productos para el mercado. Por lo cual, se ha encontrado que cuando las mujeres son la cabeza del hogar son aproximadamente 30% menos productivas respecto a los hombres. Pero ¿cómo no? Si son las mujeres, madres, esposas, hijas, hermanas o yernas las que contribuyen en todos los aspectos de las unidades agrícolas y aun así no son reconocidas económicamente.
Entonces, hablamos de mujeres sin tiempo libre y sin recursos económicos para cambiar sus condiciones materiales. Es una lástima que hasta este momento estemos considerando la economía del cuidado, cuando estas dinámicas se han mantenido casi que inmutables en el tiempo. Sin embargo, se hace cada vez más incuestionable la idea de que debemos exigir un salario para el trabajo doméstico: para que las mujeres en el campo accedan a mejores condiciones y para subvertir la idea de que el trabajo de cuidado se hace por amor. Como menciona Silvia Federici es una reivindicación política:
Es la demanda por la que termina nuestra naturaleza y comienza nuestra lucha porque el simple hecho de reclamar un salario para el trabajo doméstico significa rechazar este trabajo como expresión de nuestra naturaleza y, a partir de ahí, rechazar precisamente el rol que el capital ha diseñado para nosotras.
No sólo debe existir un cambio para compartir labores del hogar, sino también para que cuestionemos la dinámica de contratar mujeres empobrecidas que sigan reproduciendo las tareas domésticas para otras familias.
Luisa Fernanda Turaín Atencia
Politóloga
Para las mujeres, habitar en el campo implica estar excluidas de la vida social, económica y política, pues no sólo deben enfrentarse a las pésimas condiciones de la ruralidad en el país (baja tecnificación, conflicto armado, falta de vías, terreno, entre otros), sino que, deben destinar gran parte de su tiempo a labores no remuneradas. Según estudios del DANE las mujeres en zonas rurales dispersas gastan 7:52 horas en trabajos de cuidado mientras que los hombres tan sólo 3:06. No siendo suficiente, miles de mujeres simultáneamente se dedican a las actividades agropecuarias, sin embargo, no son consideradas como población económicamente activa (PEA), porque esa labor supone una extensión en su rol de cuidadora.
Además, en los casos en que las mujeres son las jefas del hogar, suele ser en unidades agrícolas pequeñas dedicadas a la subsistencia, es decir, sin posibilidad de generar productos para el mercado. Por lo cual, se ha encontrado que cuando las mujeres son la cabeza del hogar son aproximadamente 30% menos productivas respecto a los hombres. Pero ¿cómo no? Si son las mujeres, madres, esposas, hijas, hermanas o yernas las que contribuyen en todos los aspectos de las unidades agrícolas y aun así no son reconocidas económicamente.
Entonces, hablamos de mujeres sin tiempo libre y sin recursos económicos para cambiar sus condiciones materiales. Es una lástima que hasta este momento estemos considerando la economía del cuidado, cuando estas dinámicas se han mantenido casi que inmutables en el tiempo. Sin embargo, se hace cada vez más incuestionable la idea de que debemos exigir un salario para el trabajo doméstico: para que las mujeres en el campo accedan a mejores condiciones y para subvertir la idea de que el trabajo de cuidado se hace por amor. Como menciona Silvia Federici es una reivindicación política:
Es la demanda por la que termina nuestra naturaleza y comienza nuestra lucha porque el simple hecho de reclamar un salario para el trabajo doméstico significa rechazar este trabajo como expresión de nuestra naturaleza y, a partir de ahí, rechazar precisamente el rol que el capital ha diseñado para nosotras.
No sólo debe existir un cambio para compartir labores del hogar, sino también para que cuestionemos la dinámica de contratar mujeres empobrecidas que sigan reproduciendo las tareas domésticas para otras familias.
Luisa Fernanda Turaín Atencia
Politóloga