¿pOR QUÉ SEGUIMOS CELEBRANDO EL ORGULLO?
Ya van más de 50 años desde la Revuelta de Stone Wall, suceso que marca el inicio formal del movimiento de liberación LGBT. Actualmente, el movimiento no es el mismo de aquella primera manifestación, pues en muchos países ya se han establecido algunos derechos tan básicos como el reconocimiento estatal y, como es de esperarse, la carta de peticiones se ha ampliado más de lo que fue en aquella revuelta; es por ello que hoy se tienen opiniones divididas sobre la importancia del día del orgullo. Pero, aunque algunos lo consideran obsoleto e innecesario, es todavía fundamental para visibilizar, conmemorar y celebrar las diferencias y la diversidad.
Desde 1969, el colectivo ha luchado a favor de temas primordiales como el reconocimiento del matrimonio igualitario, la adopción homoparental y la despenalización de la homosexualidad y, aunque parezca ilógico para muchos pensar en un mundo donde las personas sean judicializadas por su orientación sexual, esta es una realidad alarmante en más de 70 estados contemporáneos. Incluso, en los territorios donde la ley reconoce una gran cantidad de derechos para la comunidad LGBT, éstos no son garantizados y la realidad social es completamente diferente a lo que espera el legislativo. Ese es, expresamente, uno de los problemas más grandes que tiene Colombia en materia de derechos para la comunidad; porque si bien en ciudades como Bogotá hay una gran presencia del estado y ONG´s, en el resto del país el panorama se torna difícil, pues muchas veces no hay entidades dónde acudir, ni organizaciones muy presentes para reivindicar aquellos derechos.
Además de lo anterior, no basta únicamente con reconocer derechos; nosotros, las personas de la comunidad LGBT, somos a menudo discriminadas por nuestra forma de ser, por expresarnos y amar fuera de las limitaciones impuestas por el cisheteropatriarcado. De este modo, son aún necesarias las movilizaciones para crear un verdadero sentido de pertenencia y visibilizar que no estamos recibiendo las mismas garantías y que, realmente, no la pasamos muy bien.
Somos aún víctimas de la dominación reaccionaria masculina, fruto de la amenaza que perciben, por el cuestionamiento de la heteronormatividad, algunos sujetos superiores en la jerarquía de poder socialmente impuesta. Somos también testigos de la desigualdad en sus múltiples dimensiones, pues muchos no somos sólo minorías sexuales, sino que también somos discriminados por condiciones étnicas, raciales, económicas o de género. Adicional a las dificultades anteriores, somos también minorizados por los micromachismos tan propios de la cultura latinoamericana que día a día recuerdan nuestra posición marginal.
La violencia dentro de la comunidad es propiamente la más preocupante de todas pues, lamentablemente, existen jerarquías internas que suscitan el irrespeto a los sujetos más vulnerables. La transfobia en la comunidad LGBT es muy común y poco tratada; las personas trans no son sólo discriminadas, sino que son maltratadas, abusadas y asesinadas en mayor proporción que cualquier otro colectivo. La llamada “maricofobia”, es también una muestra de incoherencia de muchos sujetos de la comunidad; tratar de heteronormalizar la homosexualidad es un abuso, es incongruente pedir que alguien sea gay, pero que “no se note”.
Luchamos también por derribar esos discursos de “aceptación” y “tolerancia”, que solamente imponen maneras únicas de amar y propician espacios de incomodidad. No es posible que aún seamos señalados y ridiculizados en las calles. Los hombre gay no queremos sentirnos presionados para demostrar “masculinidad”; las lesbianas están cansadas de ser vistas como objetos de curiosidad sexual; los bisexuales no están confundidos y las personas trans necesitan dejar de escuchar comentarios despectivos sobre sus cuerpos. Aparte de ello, parece que todos seguimos atrapados en un closet eterno pues no basta con hablar del tema en casa, sino que se torna un tema de vida que genera molestia e inconformidad: las miradas fijas en la calle, los rumores en el trabajo y las preguntas obligadas sobre nuestra sexualidad, son muestra de las tantas veces que nos vemos obligados a salir del closet.
Por lo anterior y más, seguimos luchando a favor de la igualdad, y aunque este año no podamos salir a las calles, trasladamos la marcha a la virtualidad. Esta es una oportunidad para celebrar los triunfos obtenidos, continuar con las manifestaciones sociales y conmemorar las vidas de todos aquellos valientes que lucharon para que hoy seamos más libres. Las marchas son una forma poderosa de demostrar que estamos venciendo a quienes creen que debemos escondernos y avergonzarnos. Hasta que no logremos una igualdad real, seguiremos presentes y más fuertes que nunca.
Juan Andrés Moncaleano Arboleda
Estudiante de Gobierno y asuntos públicos
Desde 1969, el colectivo ha luchado a favor de temas primordiales como el reconocimiento del matrimonio igualitario, la adopción homoparental y la despenalización de la homosexualidad y, aunque parezca ilógico para muchos pensar en un mundo donde las personas sean judicializadas por su orientación sexual, esta es una realidad alarmante en más de 70 estados contemporáneos. Incluso, en los territorios donde la ley reconoce una gran cantidad de derechos para la comunidad LGBT, éstos no son garantizados y la realidad social es completamente diferente a lo que espera el legislativo. Ese es, expresamente, uno de los problemas más grandes que tiene Colombia en materia de derechos para la comunidad; porque si bien en ciudades como Bogotá hay una gran presencia del estado y ONG´s, en el resto del país el panorama se torna difícil, pues muchas veces no hay entidades dónde acudir, ni organizaciones muy presentes para reivindicar aquellos derechos.
Además de lo anterior, no basta únicamente con reconocer derechos; nosotros, las personas de la comunidad LGBT, somos a menudo discriminadas por nuestra forma de ser, por expresarnos y amar fuera de las limitaciones impuestas por el cisheteropatriarcado. De este modo, son aún necesarias las movilizaciones para crear un verdadero sentido de pertenencia y visibilizar que no estamos recibiendo las mismas garantías y que, realmente, no la pasamos muy bien.
Somos aún víctimas de la dominación reaccionaria masculina, fruto de la amenaza que perciben, por el cuestionamiento de la heteronormatividad, algunos sujetos superiores en la jerarquía de poder socialmente impuesta. Somos también testigos de la desigualdad en sus múltiples dimensiones, pues muchos no somos sólo minorías sexuales, sino que también somos discriminados por condiciones étnicas, raciales, económicas o de género. Adicional a las dificultades anteriores, somos también minorizados por los micromachismos tan propios de la cultura latinoamericana que día a día recuerdan nuestra posición marginal.
La violencia dentro de la comunidad es propiamente la más preocupante de todas pues, lamentablemente, existen jerarquías internas que suscitan el irrespeto a los sujetos más vulnerables. La transfobia en la comunidad LGBT es muy común y poco tratada; las personas trans no son sólo discriminadas, sino que son maltratadas, abusadas y asesinadas en mayor proporción que cualquier otro colectivo. La llamada “maricofobia”, es también una muestra de incoherencia de muchos sujetos de la comunidad; tratar de heteronormalizar la homosexualidad es un abuso, es incongruente pedir que alguien sea gay, pero que “no se note”.
Luchamos también por derribar esos discursos de “aceptación” y “tolerancia”, que solamente imponen maneras únicas de amar y propician espacios de incomodidad. No es posible que aún seamos señalados y ridiculizados en las calles. Los hombre gay no queremos sentirnos presionados para demostrar “masculinidad”; las lesbianas están cansadas de ser vistas como objetos de curiosidad sexual; los bisexuales no están confundidos y las personas trans necesitan dejar de escuchar comentarios despectivos sobre sus cuerpos. Aparte de ello, parece que todos seguimos atrapados en un closet eterno pues no basta con hablar del tema en casa, sino que se torna un tema de vida que genera molestia e inconformidad: las miradas fijas en la calle, los rumores en el trabajo y las preguntas obligadas sobre nuestra sexualidad, son muestra de las tantas veces que nos vemos obligados a salir del closet.
Por lo anterior y más, seguimos luchando a favor de la igualdad, y aunque este año no podamos salir a las calles, trasladamos la marcha a la virtualidad. Esta es una oportunidad para celebrar los triunfos obtenidos, continuar con las manifestaciones sociales y conmemorar las vidas de todos aquellos valientes que lucharon para que hoy seamos más libres. Las marchas son una forma poderosa de demostrar que estamos venciendo a quienes creen que debemos escondernos y avergonzarnos. Hasta que no logremos una igualdad real, seguiremos presentes y más fuertes que nunca.
Juan Andrés Moncaleano Arboleda
Estudiante de Gobierno y asuntos públicos