reapertura social
Superados los dos primeros meses de aislamiento, la reapertura de algunos sectores es inminente. Se ha discutido profusamente sobre la necesidad de permitir el funcionamiento de algunas actividades: la construcción, la manufactura, el comercio. Sin embargo, poco se ha discutido sobre la reapertura de un aspecto que puede no ser vital, pero, sin duda es esencial: los pequeños eventos sociales. Puede parecer frívolo o caprichoso discutir de una reapertura social en medio de la pandemia, pero considero necesario hacerlo.
Las grandes aglomeraciones son un foco de contagio, sin duda alguna. Por ello no tendremos eventos masivos en un buen tiempo, como conciertos o partidos de fútbol. En contraste, el riesgo de una pequeña reunión de gente que interactúa de manera frecuente es, sin duda, menor que muchas actividades que realizamos cotidianamente. Existe más riesgo de contagio en el Trasmilenio o el taxi que en la sala de un amigo. No es lógico equiparar los eventos masivos con los pequeños, así como no se puede comparar una pelota de tenis con una de bolos.
El aislamiento social también es costoso. En términos de bienestar, estar aislado es un catalizador de problemas de salud mental, y no hace falta ser un psiquiatra para saberlo. Un estudio del Economic and Social Research council estima que en 2020 la depresión va a ser el segundo problema de salud del Reino Unido, después de problemas cardíacos. Los problemas de salud mental, a pesar de que no se pueden escuchar con un estetoscopio o ver en una radiografía, tienen el mismo peso que las enfermedades físicas que diagnosticamos con el oído o la vista. Puede que el aislamiento nos ahorre contagios de COVID-19, pero es posible que dispare una epidemia de salud mental.
El ser humano es gregario por naturaleza. No estamos diseñados para vivir aislados de la sociedad. Queremos a nuestros amigos, a nuestra familia e, inclusive, a nuestros conocidos. Es antinatural pensar que podemos vivir sin ellos. Las excepciones al encierro son actividades esenciales, como la prestación de servicios médicos, servicios de seguridad y, por supuesto, abastecimiento alimentario. La convivencia social no es menos esencial que estas actividades, por una sencilla razón: no nos podemos llamar humanos sin comunidad.
No abogo por un levantamiento de medidas básicas y lógicas que mitigan el contagio. Tampoco creo que debamos volver a las grandes reuniones sociales a las que estábamos acostumbrados, y mucho menos a los tumultos de festivales y discotecas. Pero no por esto debe menospreciarse el papel que tienen el intercambio social y el ocio en nuestras vidas. Es tiempo de reivindicar esos pequeños espacios de convivencia que hacen la vida un poco más llevadera.
Sergio E. Hernández Ramos
Estudiante de Derecho y Economía
Las grandes aglomeraciones son un foco de contagio, sin duda alguna. Por ello no tendremos eventos masivos en un buen tiempo, como conciertos o partidos de fútbol. En contraste, el riesgo de una pequeña reunión de gente que interactúa de manera frecuente es, sin duda, menor que muchas actividades que realizamos cotidianamente. Existe más riesgo de contagio en el Trasmilenio o el taxi que en la sala de un amigo. No es lógico equiparar los eventos masivos con los pequeños, así como no se puede comparar una pelota de tenis con una de bolos.
El aislamiento social también es costoso. En términos de bienestar, estar aislado es un catalizador de problemas de salud mental, y no hace falta ser un psiquiatra para saberlo. Un estudio del Economic and Social Research council estima que en 2020 la depresión va a ser el segundo problema de salud del Reino Unido, después de problemas cardíacos. Los problemas de salud mental, a pesar de que no se pueden escuchar con un estetoscopio o ver en una radiografía, tienen el mismo peso que las enfermedades físicas que diagnosticamos con el oído o la vista. Puede que el aislamiento nos ahorre contagios de COVID-19, pero es posible que dispare una epidemia de salud mental.
El ser humano es gregario por naturaleza. No estamos diseñados para vivir aislados de la sociedad. Queremos a nuestros amigos, a nuestra familia e, inclusive, a nuestros conocidos. Es antinatural pensar que podemos vivir sin ellos. Las excepciones al encierro son actividades esenciales, como la prestación de servicios médicos, servicios de seguridad y, por supuesto, abastecimiento alimentario. La convivencia social no es menos esencial que estas actividades, por una sencilla razón: no nos podemos llamar humanos sin comunidad.
No abogo por un levantamiento de medidas básicas y lógicas que mitigan el contagio. Tampoco creo que debamos volver a las grandes reuniones sociales a las que estábamos acostumbrados, y mucho menos a los tumultos de festivales y discotecas. Pero no por esto debe menospreciarse el papel que tienen el intercambio social y el ocio en nuestras vidas. Es tiempo de reivindicar esos pequeños espacios de convivencia que hacen la vida un poco más llevadera.
Sergio E. Hernández Ramos
Estudiante de Derecho y Economía