Sepulcro Provisional
Desde el primer momento de la declaratoria del Estado de Emergencia Nacional se ha manifestado la necesidad de una reforma carcelaria. Ejemplo de ello es que en esa primera semana de la cuarentena se dieron los primeros motines de los que resultaron 23 muertos y 83 heridos, cifras dadas por el Ministerio de Justicia. Desde ese instante, se alzó la voz para un decreto urgente que regulara la situación durante este periodo de Estado de Excepción; sin embargo, esto ha tardado casi un mes, y ahora los contagios de Covid-19 en las cárceles son cada vez mayores y las medidas adoptadas son menos efectivas.
Esta situación ha traído a mi mente varios apartes de Vigilar y castigar, libro de Michel Foucault. Para Foucault, las prisiones son la manifestación del poder del Estado sobre el cuerpo humano. La vigilancia sobre sus movimientos, su tiempo y sus comportamientos, son los medios que se utilizan con el pretexto de lograr la reinserción social aunque, al tiempo, son estas mismas prácticas las que reducen al cuerpo humano a la nada. Dicho fin, el de la reinserción social, se lograría con un aislamiento absoluto en el que el condenado se enfrenta a sí mismo y puede reflexionar sobre su comportamiento. Por otro lado, la lejanía de la ‘’mala influencia’’ relegada a zonas alejadas de la ciudad, su invisibilidad, dan seguridad y tranquilidad a la ciudadanía: los malos están lejos, aquí estamos nosotros los buenos.
De ahí surge la idea de que la prisión es considerada una tumba temporal en la que el condenado se enfrenta a su muerte para lograr su resurrección. Es ahí, precisamente, en donde encuentro las mayores problemáticas del sistema carcelario colombiano. Lo primero, es que no todas las personas que se encuentran privadas de la libertad han sido realmente condenadas y, por ende, ¿no estaría el Estado cometiendo un abuso de poder? ¿Cómo es posible que pueda ejercer semejante control y con semejante poder sin tener ni siquiera una condena que lo legitime? El uso de la detención preventiva se ha vuelto de todos los días, sin un verdadero motivo fundamentado, porque sí, con el escurridizo pretexto de darle mayor seguridad a la ciudadanía en las calles. Pero, ¿el crimen ha desaparecido en realidad? ¿Es realmente efectiva la figura de la detención preventiva?
Lo segundo, se refiere al hacinamiento. A pesar de que Foucault no pueda ser leído en clave de derechos humanos, con lo cual la totalidad del sistema penitenciario resultaría ilegítimo, sí hay un elemento que se refleja en el hacinamiento carcelario actual y es la idea de reducir al ser humano a polvo. Y es que la normalización de la privación de la libertad y de esta idea de que una orden de detención preventiva se puede dar todos los días, ha llevado a que en Colombia las personas encarceladas pierdan cada vez más su humanidad en el sentido de que no solo se les aísla del mundo exterior sino que se le quita su tiempo y sobretodo su espacio. Nos quejamos, como sociedad, del hacinamiento pero, al mismo tiempo, una medida de excarcelación, en medio de la crisis, nos parece escandalosa e inadecuada porque ‘’va a aumentar la delincuencia”. Es allí en donde la idea del hacinamiento ya no nos parece tan absurda, de manera que se legitima esta situación como una herramienta más del Estado para darnos esa sensación falsa de seguridad.
De todo esto, se nota que la demora en la expedición del mencionado decreto ya no resulta ser tan inocente, pues los contagios son cada vez mayores y, por ende, menos personas pueden ser beneficiarias de las medidas de excarcelación. De esta forma, el Estado logra evitar manifestaciones del resto de la comunidad y sigue legitimando su falsa garantía de seguridad.
Verónica Arias Garzón
Estudiante de Derecho
Esta situación ha traído a mi mente varios apartes de Vigilar y castigar, libro de Michel Foucault. Para Foucault, las prisiones son la manifestación del poder del Estado sobre el cuerpo humano. La vigilancia sobre sus movimientos, su tiempo y sus comportamientos, son los medios que se utilizan con el pretexto de lograr la reinserción social aunque, al tiempo, son estas mismas prácticas las que reducen al cuerpo humano a la nada. Dicho fin, el de la reinserción social, se lograría con un aislamiento absoluto en el que el condenado se enfrenta a sí mismo y puede reflexionar sobre su comportamiento. Por otro lado, la lejanía de la ‘’mala influencia’’ relegada a zonas alejadas de la ciudad, su invisibilidad, dan seguridad y tranquilidad a la ciudadanía: los malos están lejos, aquí estamos nosotros los buenos.
De ahí surge la idea de que la prisión es considerada una tumba temporal en la que el condenado se enfrenta a su muerte para lograr su resurrección. Es ahí, precisamente, en donde encuentro las mayores problemáticas del sistema carcelario colombiano. Lo primero, es que no todas las personas que se encuentran privadas de la libertad han sido realmente condenadas y, por ende, ¿no estaría el Estado cometiendo un abuso de poder? ¿Cómo es posible que pueda ejercer semejante control y con semejante poder sin tener ni siquiera una condena que lo legitime? El uso de la detención preventiva se ha vuelto de todos los días, sin un verdadero motivo fundamentado, porque sí, con el escurridizo pretexto de darle mayor seguridad a la ciudadanía en las calles. Pero, ¿el crimen ha desaparecido en realidad? ¿Es realmente efectiva la figura de la detención preventiva?
Lo segundo, se refiere al hacinamiento. A pesar de que Foucault no pueda ser leído en clave de derechos humanos, con lo cual la totalidad del sistema penitenciario resultaría ilegítimo, sí hay un elemento que se refleja en el hacinamiento carcelario actual y es la idea de reducir al ser humano a polvo. Y es que la normalización de la privación de la libertad y de esta idea de que una orden de detención preventiva se puede dar todos los días, ha llevado a que en Colombia las personas encarceladas pierdan cada vez más su humanidad en el sentido de que no solo se les aísla del mundo exterior sino que se le quita su tiempo y sobretodo su espacio. Nos quejamos, como sociedad, del hacinamiento pero, al mismo tiempo, una medida de excarcelación, en medio de la crisis, nos parece escandalosa e inadecuada porque ‘’va a aumentar la delincuencia”. Es allí en donde la idea del hacinamiento ya no nos parece tan absurda, de manera que se legitima esta situación como una herramienta más del Estado para darnos esa sensación falsa de seguridad.
De todo esto, se nota que la demora en la expedición del mencionado decreto ya no resulta ser tan inocente, pues los contagios son cada vez mayores y, por ende, menos personas pueden ser beneficiarias de las medidas de excarcelación. De esta forma, el Estado logra evitar manifestaciones del resto de la comunidad y sigue legitimando su falsa garantía de seguridad.
Verónica Arias Garzón
Estudiante de Derecho